6. JESÚS ENTREGA SU VIDA POR AMOR

El encuentro en formato word
6. Desarrollo del encuentro con padres.d
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Apéndice: para tener un ratillo de encuentro padres-hijos
6. Apéndice ratillo padres-hijos.doc
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1. Acogida y revisión del compromiso del encuentro anterior y de la última celebración

-      Sigue siendo importante cuidar el momento inicial de acogida cordial de todos los asistentes por parte del guía. Puede invitar a los padres a compartir algún momento o situación positiva vivido en las últimas semanas.

- El guía les pregunta a los padres cómo les ha ido con el compromiso del último encuentro (ver con su hijo un video o película sobre la vida de Jesús y/o invitar cada padre -al comienzo del día- a Jesús para que le acompañe a lo largo de toda la jornada) y de la última celebración (hacer algo para tener más presente la Palabra de Dios).

 

2. Introducción.

- El guía informa a los padres de que sus hijos van a comenzar a ver en la catequesis el núcleo V del catecismo que lleva por título: “Jesús entrega su vida por nosotros”. En este núcleo les será que Jesús murió y resucitó. Este hecho de la muerte y resurrección de Jesús constituye el núcleo de nuestra fe, el centro del credo. Ya decía San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15,17). Nosotros en esta reunión vamos a reflexionar sobre la entrega de Jesús, esa entrega que nos ha traído la salvación.

 

3. Exposición testimonial

- Una vez más se pretende que el guía trasmita con sencillez y “garra” el tema. A continuación se ofrecen algunos de los posibles contenidos:

a) En la vida se entrecruzan las experiencias de vida y de muerte pero ¿tienen algún sentido estas experiencias de muerte?

Cuando reflexionamos sobre la vida, sobre la existencia humana en general, encontramos en ella aspectos positivos y negativos, como una trama de bien y de mal, de ilusiones y angustias, de alegrías y preocupaciones, en definitiva de muerte y de vida.

También la vida y la muerte, el triunfo y el fracaso, el sufrimiento y el gozo están presentes en nuestra experiencia cotidiana. Nosotros mismos hemos podido ser motivo para otros de alegría o de dolor.

Pero, ¿todo esto puede tener algún sentido?, ¿puede la muerte engendrar vida? Una parábola puede ayudarnos a responder estas preguntas?

Parábola del grano de trigo:

Había una vez un montón de trigo en una era, después de la cosecha. Dos granos vivían felices en ese montón, bien arropados por la multitud de compañeros. Pero un día oyen que otro les cuchichea: “Me he enterado que nosotros no estamos hechos para dormir plácidamente al sol, sino para que nos siembren y producir cien granos más”.

Tras algunas dudas y tentaciones, los dos granos deciden correr la aventura de sembrarse. Metidos bajo la tierra, todo se convierte en oscuro, las cosas pierden su color. Sólo les mantiene la esperanza de que dentro de poco, se transformarán en cien granos más.

Pero el tiempo se hace eterno y las dudas y tentaciones aumentan. Uno de los granos siente que se muere. El otro compañero se encuentra desolado. Pero cuando se le secan las lágrimas, descubre algo que parece un milagro. Tiene que frotarse los ojos para confirmar que no es un sueño: una raíz le ha nacido a su amigo muerto; después un tallo, finalmente una espiga con cien granos de vida.

Entonces el grano que quedaba enterrado, comprende que él también tiene una razón para vivir y morir.

Esta experiencia imaginaria de unos granos de trigo no es simplemente un cuento bonito para niños sino que también es una experiencia profundamente humana: una madre embarazada que después de nueve meses duros y a través de un doloroso parto siente la gran alegría de dar vida a su hijo; una persona que necesita sufrir operándose de un cáncer para dejar de sufrir una vez curado; una dura labor educativa de años con los hijos que se ve recompensada cuando se les ve maduros en la vida… Cuantas veces se hace realidad lo que afirmaba el poeta: “Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” (F.L. Bernárdez)[1]. ¿Podemos identificarnos nosotros con este proceso en algún campo de la vida: familia, trabajo, vecindad, parroquia...?

b) Jesús se entregó por amor y con dolor

Jesús vivió esta experiencia de la “muerte-que-da-vida”. Vivió su vida como una entrega permanente al servicio de Dios y de los demás. La muerte en la cruz ratifica esta entrega total y la resurrección es la prueba de la verdad de su entrega y de que su entrega por amor hasta la muerte.

En lo que llamamos la “vida pública de Jesús”, que son los, aproximadamente, tres años de predicación y actividad, Jesús pasó haciendo el bien. En el núcleo IV del Catecismo lo ven los niños: cómo Jesús anuncia la Buena Nueva, hace cosas admirables, cura enfermos... Hay un desgaste continuo de Jesús en favor de los demás, especialmente de los más pobres, enfermos, marginados. Alguna vez dicen los Evangelios que no tenía tiempo ni para comer, porque todos le buscaban. Por esta razón, los teólogos hablan de la “pro-existencia” de Jesús, es decir, de su vivir en favor de los demás.

Jesús vivió su vida consciente de que había venido a buscar lo que estaba perdido, de que era el Buen Pastor que daba la vida por sus ovejas. Toda su vida es manifestación de su entrega. Sin embargo, en la muerte en cruz llega a su culmen esa entrega salvadora. Por eso la cruz es signo del cristiano, la hacemos sobre nuestro cuerpo, la ponemos en nuestras habitaciones, etc.

Ante la muerte, tuvo miedo (“Si es posible que pase de mí este cáliz”), pero no abandonó, ni se echó para atrás sino que confió en el Padre (“pero no se haga lo que yo quiero sino lo que Tú quieres” [Mc 14,36]) y sin desmentir ni rebajar nada de lo que había dicho o hecho. Experimentó un sentimiento profundo de fracaso sin amparo visible de Dios, que callaba y guardaba silencio: “Dios mío, Dios mío... ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46) pero culminó su vida en una actitud de entrega a Él: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Además poco antes de morir, afirmó su amor -eje de su vida- haciéndose sensible al sufrimiento del otro: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43) e incluso perdonando a los que le ejecutaban: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

a)     Jesús con su muerte nos salva y reconcilia con el Padre

Desde el pecado original de nuestros primeros padres, la humanidad suspiraba por poder unirse a Dios, puesto que se había alejado culpablemente de Él. Jesús murió para salvar a los hombres, para liberarnos de nuestras esclavitudes y sobre todo del pecado, para reconciliarnos con el Padre y conducirnos a su amistad y a su vida.

Si toda la vida de Cristo fue una ofrenda al Padre, su muerte fue el gesto más radical y sublime de autodonación, de una entrega y de un amor que supera barreras y está dispuesto a ir hasta el final. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados. En este sentido, fue como una “satisfacción” en nuestro favor;

Jesús anticipó en la última cena con sus apóstoles, la noche que fue entregado, la ofrenda libre de su vida. Jesús hizo de esta última cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre por la salvación de los hombres. La Eucaristía que instituyó en este momento es el memorial de su sacrificio. Por eso es tan importante perpetuar la Eucaristía. Y por eso es el centro de la vida cristiana.

b)    La vida de Jesús y la Eucaristía nos empuja a una vida de entrega

Como señala la primera carta del apóstol Pedro: “Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas” (1Pe 2,21). Por tanto, la entrega de Jesús hasta la muerte es una invitación a entregarnos como Él tanto en la vida de cada día como en el momento de nuestra muerte. En palabras de Madre Teresa de Calcuta lo nuestro ha de ser: “amar como Él ama, ayudar como Él ayuda, dar como Él da, servir como Él sirve, estar con Él las veinticuatro horas del día tocándole en su harapiento disfraz”.

También la Eucaristía nos empuja a una entrega en favor del mundo de hoy diciendo como Jesús y con Él: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

-       Puede ayudarnos a profundizar en lo que hemos dicho escuchar (o ver si se proyecta con el cañón) ahora la canción Aleluya de la tierra del grupo Brotes de Olivo. Después se puede comentar brevemente la canción: ¿Qué os ha parecido? ¿Qué frase destacarías y por qué?

Aleluya de la tierra (Brotes de Olivo)
¿Quién quiere resucitar a este mundo que se muere? 
¿Quién cantará el aleluya de la nueva luz que viene?
¿Quién cuando mire la tierra y las tragedias observe
sentirá en su corazón el dolor de quien se muere?
¿Quién es capaz de salvar a este mundo decadente, y
mantiene la esperanza de los muchos que la pierden?
El que sufre, mata y muere, desespera y 
enloquece, y otros son espectadores, no lo
sienten (bis).
¿Quién bajará de la cruz a tanto Cristo sufriente 
mientras los hombres miramos impasivos e indolentes?
¿Quién grita desde el silencio de un ser que a su Dios
retiene, porque se hace palabra que sin hablar se la
entiende? ¿Quién se torna en aleluya porque traduce la
muerte, como el trigo que se pudre y de uno cientos
vienen?
Aleluya cantará quién perdió la esperanza, y la 
tierra sonreirá, ¡Aleluya! (bis).
Otra alternativa a la canción podría ser ver el mini-video 
El diario de María
(5.21 minutos) con una canción e imágenes que
nos ayudan a recrear la pasión y muerte de Jesús desde
la cercanía y amor de su Madre la Virgen María.
Otra posibilidad sería ver el mini-video Nadie te ama como yo 
(5.27 minutos) con la canción de Martín Valverde e imágenes de la
pasión y muerte de Jesús.

4. Texto bíblico significativo: Lavatorio de los pies en la última cena (Jn 13,1-17

Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, tras haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había metido en el corazón de Judas Iscariote, el de Simón, la idea de entregarlo, sabiendo Jesús que todo se lo había puesto el Padre en sus manos, y que de Dios había venido y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto, y, tomando una toalla, se la ciñe. Luego echa agua en un lebrillo, y se pone a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla con que se había ceñido. Llega ante Simón Pedro, y éste le dice: ‘Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?’ Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero más tarde comprenderás’. Pedro le dice: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le contestó: ‘Si no te lavo, no tendrás parte conmigo’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que ya se ha bañado no necesita lavarse [más que los pies], porque está limpio todo él. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos’. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo lo de ‘no todos estáis limpios’.

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se puso de nuevo a la mesa y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor’; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Porque ejemplo os he dado, para que, como yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis’. De verdad os lo aseguro: el esclavo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envía. Si entendéis eso, dichosos seréis practicándolo’”.

Pistas para la explicación del texto

-       “Mientras estaban cenando, Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una toalla, echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies a sus discípulos”. Un gesto de servicio especialmente significativo porque ésta era una actividad reservada exclusivamente a los esclavos.

Con el gesto del lavatorio Juan quiere hacer ver que la pasión de Jesús es un servicio de amor hasta el extremo. Aquel que a través de su amor se había mostrado durante toda su vida como servidor de todos (mirando a cada persona con ternura, viendo lo que le hacía sufrir y ayudándola a suprimir las causas de su dolor para que pudiera ser feliz), en la hora del amor hasta el extremo, siente que debe llegar al fondo. Si ese amor, si ese servicio ha de llevarle a la humillación, al desprecio, a ser considerado un esclavo… ¡que así sea! No espera a que eso se produzca. El da el paso: se hace esclavo por amor lavando los pies a sus discípulos.

-       Pedro con su reacción (“No me lavarás los pies jamás”) no comprende el gesto de Jesús y no se da cuenta de que no se puede ser discípulo de Jesús sin reconocer la necesidad de dejarse lavar, perdonar, salvar por Jesús.

-       Ejemplo os he dado, para que, como yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis”. Por tanto, para ser de los suyos hay que continuar la labor del Maestro lavando por, con y en Él los pies sucios del mundo en un compromiso de amor hasta dar la vida por los demás. En otras palabras, hay que ayudar a los demás con una actitud de servicio, amor y humildad, hay que hacernos todo a todos para acercarlos a Cristo.

Jesús se arrodilla ante mí. Me mira a los ojos y me dice: “Déjame lavarte los pies, déjame hacer en ti”. Y añade: “Haz con los demás lo que yo he hecho contigo”. ¿Cuál ha de ser mi respuesta? Hacer de estas palabras un compendio de mi propia vida esforzándome porque se encarnen y absorban mi propia vida.

-       El gesto del lavatorio supone una revolución en la manera de entender a Dios y las relaciones humanas. Si Dios se pone de rodillas ante el ser humano y le lava los pies, ningún ser humano –por muy señor que sea- tiene derecho a dominar a otro y despojarlo de su dignidad.

 

MATERIALES COMPLEMENTARIOS (para entregar a los padres en una hoja que pueden llevarse para leer y profundizar en casa)

 

  • Texto de la explicación testimonial (o una síntesis)
  • El texto bíblico utilizado (o los dos)
  • La letra de la canción Aleluya de la tierra

Textos para seguir profundizando:

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

“Algo me está diciendo que me entregue totalmente y me sepulte en lo oscuro de la tierra, en la esperanza de ser transformado en árbol. ¿Por qué para ir hacia arriba, tengo que ir hacia abajo, y pensar que todo un árbol puede brotar de mí? (E.A. Gloeggler).

Alguien dijo que hay tres clases de donantes: el pedernal, la esponja y el panal de miel. Para conseguir algo del pedernal tienes que golpearlo y entonces sólo consigues algunas chispas. Para conseguir agua de la esponja tienes que estrujarla, y cuanto más estrujes más sacas de ella. En cuanto al panal todo él rebosa dulzura.

Hay personas egoístas que no te dan nada si pueden no dártelo. Otras son de buena pasta, ceden a las presiones y cuanto más aprietas más te dan. Y hay unas pocas que disfrutan dando aunque no le pidas nada.

“Hay tres clases de personas: las que son inamovibles, las que se pueden mover y las que mueven a los demás” (W. Izzard).

 

PARA EDUCAR EN LA GENEROSIDAD

1.  Para enseñar a un niño a que sea generoso, lo más eficaz es nuestro ejemplo. Cuando el niño ve cómo su padre cede el sitio a un anciano, o cómo su madre ayuda a subir la bolsa de la compra a la vecina, está viendo algo más que buena educación. El chico comprende que sus padres están anteponiendo las necesidades y comodidades de los demás a su propio interés y, como segunda enseñanza, no piden nada a cambio. Si, tras llevar a cabo este tipo de acciones, las comentamos juntos, les daremos la oportunidad de que reflexionen e interioricen. Además en un hogar donde se vive la generosidad se habla bien de la gente, se escucha con paciencia a los demás, se escogen temas de conversación que interesen al resto.

Por el contrario, si un niño aprende que su padre o madre va a concederle cada cosa que pida, estamos educando el egoísmo y dando a lo material un valor excesivo. Advertirle de que no está bien quitarle el columpio a otro niño son sencillas herramientas para el día a día.

2.  También es efectivo contar a los niños historias o cuentos en los que los protagonistas lleven a cabo acciones de generosidad con las personas que les rodean. El niño escucha atento el relato, y como consecuencia de los actos del protagonista, descubre que recibe el cariño y la admiración de los demás.

3.  Las alabanzas y las frases cariñosas de los padres ante un comportamiento desprendido del niño son la mejor recompensa.

ESTRATEGIAS PARA ESTIMULAR LA GENEROSIDAD

1.- Ayudo en las tareas de la casa, como sacar la basura, poner la mesa o recoger mi cuarto.

2.- Dejo mis juegos para ayudar a mamá cuando me necesite.

3.- Ayudo a mi hermano pequeño con las tareas del colegio.

4.- Pido perdón si me equivoco o he herido a alguien.

Colaboro en clase en los trabajos de grupo.

6.- Comparto lo mío sin esperar nada a cambio.

7.- Me esfuerzo por hacer un poco más felices a los demás.

8.- Regalo cosas en buen estado.

9.- Empleo tiempo para hablar con mis abuelos o visitarlos.

10.- Ayudo sin esperar nada a cambio.

11.- Regalo la ropa que no necesito y que está en buenas condiciones.

12.- Dejo que mi hermano elija la película en el cine, mañana elegiré yo.

13.- Comparto mi merienda o mis chuches en el colegio o en el parque.

14.- Ayudo a mis compañeros de clase en las asignaturas que a ellos más les cuestan y a mí se me dan bien o les presto material de clase.

15.- Estoy pendiente de si alguien puede necesitar mi ayuda.

16.- En el autobús cedo mi asiento a las personas mayores.

17.- Me pongo en el lugar de los demás.

18.- Soy agradecido con los demás y suelo darles las gracias.

19.- Comparto con los más pobres parte del dinero que me dan o tengo en la hucha.

20.- Juego con todos los compañeros, también con los que no me caen bien.

 

5. Minutos para la reflexión personal

Después de entregarles a los padres una hoja con el material complementario, se les hace la siguiente pregunta:

El amor, a menudo, exige renuncia y sacrificio, ¿lo tenemos asumido? Compartimos alguna experiencia.

-       A continuación se les invita a estar en silencio (puede poner un poco de música que ayude) unos 5 minutos reflexionando sobre las preguntas y lo tratado en el encuentro.

-       Una vez acabada la reflexión personal, se puede invitar a los padres para que compartan en voz alta la respuesta que dan a la pregunta. También puede compartir algo que les haya llamado la atención o ayudado en este encuentro.

 

    6. Compromiso para vivir en casa

- El guía invita a cada padre a que concrete cómo favorecer en el hogar la educación de su hijo en la generosidad y la donación a los demás, especialmente a los más pobres, aceptando que eso supone sacrificio.

 

    7. Oración final

-       Elegir una las siguientes oraciones y leerla lentamente todos a la vez. Después se pueden hacer espontáneamente ecos (repitiendo alguna frase que le resulte significativa, luminosa) o añadir alguna otra frase a la oración.

a)       Jesús, ¿cómo has podido acabar en la cruz? Tú has amado a todos, has curado a los enfermos, has perdonado a los pecadores. En la entrega de tu vida en la cruz, vemos el amor de Dios por todos los hombres.

Te damos gracias porque tu sacrificio nos muestra cuánto nos amas.

b)   Señor Jesús, nos asusta el dar nuestra vida y entregarla completamente sin guardarnos algo para nosotros mismos. Nuestro poderoso instinto de conservación nos lleva al egoísmo. Nos da miedo entregar nuestra vida, pero Tú nos la has dado para que la entreguemos. Entregar nuestra vida significa trabajar para los demás, aunque no nos lo paguen; hacer un favor a quien no nos lo va a devolver. Entregar nuestra vida es exponerse, si es necesario, al fracaso personal. Somos antorchas para ser quemadas. Sólo entonces daremos luz. Enséñanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible, porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu perseverancia.

c)        “Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que donde haya odio, ponga yo amor; que donde haya ofensa, ponga yo perdón; que donde haya discordia ponga yo serenidad; que donde haya error, ponga verdad; donde haya duda, ponga fe; donde haya desesperación, ponga esperanza; donde haya tinieblas, ponga luz y donde haya tristeza, ponga yo alegría” (san Francisco de Asís).

-       Si se ve oportuno puede acabarse rezando –puestos en pie y formando un círculo- el Padrenuestro o un Avemaría.

Y la ola, si ya resultó un momento alegre final en ocasiones anteriores.



[1] El soneto en su totalidad es el siguiente: “Si para recobrar lo recobrado/debí perder primero lo perdido, /si para conseguir lo conseguido/tuve que soportar lo soportado,/

si para estar ahora enamorado/ fue menester haber estado herido,/ tengo por bien sufrido lo sufrido,/ tengo por bien llorado lo llorado./

Porque después de todo he comprobado/ que no se goza bien de lo gozado/ sino después de haberlo padecido./

Porque después de todo he comprendido/ que lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado.”